El egoísmo racional
La abdicación y el debilitamiento del yo es una característica destacada de todas las mentalidades perceptuales, partidarias del sistema tribal o de los lobos solitarios tribales.
Todos ellos temen la confianza en sí mismos; todos temen las responsabilidades que solo un yo (es decir, una conciencia conceptual) puede llevar a cabo, y huyen de las dos actividades que un hombre realmente egoísta defendería con su vida: el juicio y la elección. Temen a la razón (que se ejerce volitivamente) y confían en sus emociones (las cuales son automáticas); prefieren los parientes (un accidente de nacimiento) a los amigos (una cuestión de elección); prefieren la tribu (lo dado) a los desconocidos (lo nuevo); prefieren los mandatos (lo aprendido de memoria) a los principios (lo comprendido); dan la bienvenida a cada teoría del determinismo, a cada noción que les permite gritar: “¡No puedo evitarlo!”.
Es obvio por qué la moralidad del altruismo es un fenómeno tribal.
Los hombres prehistóricos eran físicamente incapaces de sobrevivir sin aferrarse a una tribu para contar con el liderazgo y la protección contra otras tribus.
La causa de la perpetuación del altruismo en las eras civilizadas no es física, sino psico- epistemológica: los hombres de mentalidad perceptual son incapaces de sobrevivir sin liderazgo tribal y sin “protección” contra la realidad.
La doctrina del auto-sacrificio no los ofende: no tienen sentido del yo o del valor personal; no saben qué es aquello por lo que se les pide que se sacrifiquen; no tienen, por lo menos de primera mano, la menor noción de cosas tales como la integridad intelectual, el amor a la verdad, los valores personalmente escogidos o una dedicación apasionada a una idea.
Cuando se les habla en contra del “egoísmo”, creen que aquello a lo que deben renunciar es al capricho bruto, irreflexivo, al que rinde culto un lobo solitario tribal.
Pero sus líderes, los teóricos del altruismo, lo entienden mejor. Immanuel Kant lo sabía; John Dewey lo sabía; B. F. Skinner lo sabe; John Rawls lo sabe.
Obsérvese que lo que están dispuestos a destruir no es al bruto irreflexivo, sino la razón, la inteligencia, la habilidad, el mérito, la confianza en uno mismo, la autoestima.
Hoy vemos un espectáculo espantoso: una magnífica civilización científica dominada por la moralidad del salvajismo prehistórico.
El fenómeno que lo hace posible es la psico-epistemología dividida de mentes “compartimentadas”.
Su mejor ejemplo son los hombres que se refugian en las ciencias físicas (o la tecnología, o la industria, o los negocios) esperando encontrar protección contra la irracionalidad humana y abandonando el campo de las ideas a los enemigos de la razón.
Entre ellos se incluyen algunos de los mejores cerebros de la humanidad.
Pero tal refugio no es posible.
Estos hombres, quienes realizan hazañas de integración conceptual y pensamiento racional en su trabajo, se vuelven impotentemente anti-conceptuales en todos los demás aspectos de sus vidas, sobre todo en las relaciones humanas y en los temas sociales (como ejemplo, comparemos el logro científico de Einstein con sus puntos de vista políticos).
El progreso del hombre requiere especialización.
Pero una sociedad en la que impera la división del trabajo no puede sobrevivir sin una filosofía racional, sin una base firme de principios fundamentales cuyo objetivo es entrenar a una mente humana para que sea humana, es decir, conceptual.